Mensajes para las Educadoras


                                                  NO SE DEJE LLEVAR POR SU ORGULLO.     


Había una vez una montaña imponente que se erguía al costado del mar. Su cumbre alcanzaba las nubes del cielo. Se enorgullecía de su grandeza y, como reina en su trono, reinaba soberana, teniendo a sus pies el mar, el respeto y la admiración de los hombres.
Junto a la montaña había una playa y en ella un grano de arena. Era tan común y pequeño como cualquier otro de los incontables granos que formaban esa fase blanca entre el mar y la tierra.
– Señora montaña, ¿podría decirme que ve desde lo alto de su grandeza? Cuénteme, por favor, cómo son los reinos de los hombres, los campos, los ríos y los valles. Sé que tiene la visión del mundo y nada se esconde de sus ojos.
De lo alto, imponente, la montaña miró con desdén y respondió:
– ¿Quién eres tú, insignificante grano de arena, para hacerme preguntas y querer saber lo que ven mis ojos? ¿No ves la distancia que existe entre nosotros y que jamás perdería mi tiempo conversando con alguien tan pequeño y despreciable? Si pretendes conocer al mundo, entonces que seas llevado en los pies de alguien, para ser dejado caer en cualquier lugar, siguiendo tu destino anónimo e inútil.
Comprendiendo su pequeñez, el grano de arena se calló. La montaña levantó sus ojos altivos hacia el horizonte, como si nada hubiera sucedido. Al caer la noche, el pobre grano de arena contemplaba  el infinito cielo y la intensidad de las estrellas. Lejos de relucir, parecían también pequeños granos de arena flotando en el espacio.
Por la mañana, el mismo sol que iluminaba la montaña también hacía brillar la arena de la playa. Una brisa suave, soplando la tierra levemente, levantó al grano de arena y lo lanzó al mar. Mientras andaba lentamente, penetrando en la profundidad del océano, él pensaba triste en el sueño que tenía. Ahora todo parecía perdido. Jamás tendría de nuevo la chance de contemplar la belleza del mundo, ni la majestuosa montaña que tanto lo despreciaba.
Sin embargo, al vagar por las aguas, el grano de arena fue a caer dentro de una ostra abierta, que, al sentirlo, se cerró de pronto.
– ¿Quién es usted? -preguntó el molusco
– Soy un pequeño grano de arena que el viento lanzó al mar – respondió él.
Y los dos comenzaron a conversar. Cuando la ostra escuchaba la historia del grano de arena y del sueño que tenía, se puso muy triste y comenzó a llorar. Sus lágrimas lo envolvieron y él fue quedando cada vez mayor, hasta transformarse en una linda perla.
Un día, los buceadores hallaron a la ostra en el fondo del mar. Al abrirlo descubrieron a la preciosa perla. Era la más bella que jamás había visto. Vendida por un alto precio, terminó volviéndose un valioso anillo de una reina. El grano de arena así viajó por todos los lugares de la tierra.
Dice la Palabra de Dios que el Señor Jesús exalta la humildad y abate al altivo. Por eso, muchas veces somos llevados al desierto, pues bajo el intenso calor del día y el frío de la noche, la más sólida montaña termina transformarse en pequeños granos de arena.
De cierta  forma, el grano de arena, en su pequeñez y humildad, es más fuerte que la montaña. Esta, bajo el efecto de la erosión, se pulveriza cada día. Pero el grano de arena, por su propio tamaño, es prácticamente indivisible.

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