Vivía en la ciudad de Canaán un joven que se llamaba José. Su padre Jacob, por amarlo tanto, le dio una linda túnica de regalo, lo que dejó a sus hermanos con mucha rabia. Los hermanos de José tenían muchos celos de él, porque José tenía un sueño muy especial y creía que Dios lo realizaría en su vida. Sus hermanos creían que él era muy creído y mentiroso. Ellos no tenían el temor de Dios y no creían que José sería bendecido.
En un cierto día, Jacob mandó a José a que valla al campo adonde sus hermanos estaban cuidando de las ovejas para traer noticias sobre ellos. Los hermanos de José aprovecharon en una caravana de personas importantes que iban pasando por allí en dirección a Egipto… ¿Y saben lo qué hicieron? Ellos vendieron a José. Sí, ellos lo vendieron como un esclavo y dijeron a su padre que José había muerto. ¡Pobre José!
Él fue a vivir muy lejos de su padre, en una tierra desconocida y bien distante, pero no se enojó con sus hermanos, porque él sabía que no estaba solito, y que Dios lo libraría de todo mal, pues Dios de Israel estaba con él. Llegando en Egipto José fue a trabajar en la casa del guarda de Faraón.
José hacia todo correctamente, realizaba sus tares con amor sin reclamar. Por eso era fiel a Dios, su trabajo era bendecido y su patrón gustaba mucho de él. Todo estaba bien, hasta que inventaron una grande mentira y él fue preso por un error que no cometió. Mismo siendo acusado injustamente, José continuo fiel, confiando que Dios lo libertaria de aquella prisión.
El tiempo pasó y el fue llamado para esclarecer un sueño que estaba dejando al faraón sin dormir, el rey de Egipto. Con sabiduría de Dios, él ayudó al faraón a esclarecer el sueño que le molestaba y así fue suelto de la prisión.
A partir de aquel día, el faraón reconoció que José era un siervo de Dios vivo y lo colocó como gobernador de Egipto. Así, José pudo salvar aquel pueblo del hambre, y también a su proprio pueblo, su padre y hermanos.
José pasó por muchas luchas, pero las enfrentó todas sin reclamar ni desanimando de la fe. Él continuó siendo fiel a Dios y creyendo que Dios lo libraría de todo aquel mal. Y en los momentos de dificultades, José se apegaba más todavía en Dios, y por eso venció las luchas, tornándose en el gobernador de Egipto.
Debemos apegarnos a Dios así como hizo José. No podemos rendirnos de orar y nunca desanimar.
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