Cierta vez Jesús enseñó a sus discípulos la parábola del administrador infiel. En esta parábola, Él habló sobre un hombre muy rico que colocó uno de sus siervos para que administre sus bienes. Aquel siervo debería cuidar bien del dinero y de los bienes materiales de su patrón, pero no fue eso lo que pasó, él era infiel y desperdiciaba el dinero que debería cuidar.
Pero, un día, descubrieron las cosas equivocadas que él hacía y le contaron todo a su patrón. Inmediatamente el hombre mandó llamar aquel administrador infiel y le dijo:
― Yo he oído unas cosas no muy agradables al respecto tuyo. Ahora tome cuanta de su administración, pues no continuará más como mi administrador.
El administrador deshonesto se quedó muy preocupado al saber que no iría trabajar más allí y pensó:
― Mi patrón me va a despedir, y ahora… ¿Lo qué voy a hacer? No tengo fuerzas para cavar la tierra y tengo vergüenza de pedir moneditas. ¡Ah! Ya sé lo que voy a hacer. Voy hasta los deudores de mi patrón y les cobrare menos de los que ellos deben, así se tornaran mis amigos y, cuando yo fuere echado afuera, ellos me recibirán en sus casas.
Que infiel este administrador… En vez de arreglar y pedir disculpas para el patrón, él fue hacer peor de lo que ya estaba. Entonces llamó todos aquellos deudores y les preguntó:
– ¿Cuánto estás debiendo?
El primero respondió:
– Debo cien barriles de aceite.
– ¿Y tú, cuanto debes? Preguntó el administrador al segundo deudor.
– Yo debo mil monedas de trigo.
Entonces el administrador arregló lo siguiente con los deudores:
– Tú que debes cien barriles de aceite, pagarás solamente cincuenta, y tú que debes mil medidas de trigo pagarás apenas ochocientos.
Y así él engañó al patrón más una vez y continuó siendo deshonesto con las personas.
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