Gabriel vivia en una calle que se llamaba Calle Paz. Allí había subibajas, toboganes, columpios y muchos otros juegos divertidos que divertían a todos los niños. A los sábados y domingos la Calle Paz se quedaba lleva de niños por todos lados. Pero la paz estaba bien lejos de allí, pues siempre había muchas peleas y confusiones en aquel lugar.
El niño estaba acostumbrado a ver las confusiones, pero no se envolvía porque tenía paz de Dios e su corazón. Gabriel sabía que al final los niños se quedaban bien. Él estaba correcto de actuar de esa manera… ¿No es cierto?
Un día los niños de la calle estaban jugando a la pelota, cuando un niño empujó a Juancito. El se machucó la rodilla y luego comenzó a llorar. ¡Se imaginan lo que ocurrió! Hubo la mayor confusión, gritos, una pelea fea. ¿Jesús debe haberse quedado muy triste, no es cierto niño? Algunos niños le decían a Juancito para que le pegue al niño también, y ellos comenzaron a pelearse. ¿Pero saben lo que ocurrió en aquel momento? Alguien gritó así: ¡Paren con esta confusión, vivimos todos en esta calle y somos amigos! Gabriel entró en el medio de los peleadores y los separó de la pelea, pues era pacificador. Él sabía que aquellos niños podrían herirlo. Después Gabriel fue a su casa.
Luego en seguida, Juancito y el otro niño fueron juntos a la casa de Gabriel. Los niños le preguntaron a él: ¿Gabriel, lo que tú hiciste fue diferente que todos los demás, fuiste el único que nos separo de la pelea? Entonces Gabriel les respondió para ellos que tenía a Jesús en su corazón y que aprendió atreves de Su Palabra, que aquellos que promueven la paz son felices, pues son llamados de hijos de Dios.
En aquel momento, los dos niños decidieron que nunca más pelearían, pues también querían ser llamados de hijos de Dios.
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