Habia una vez un hombre llamado Francisco, que tenía una hijita y un hijo que se llamaba Sergio. El Señor Francisco amaba mucho a sus hijos y siempre buscaba agradarlos, pues eran niños buenos. Por eso dio le dio un videojuego al niño y una linda casa de muñecas para la niña.
Al saber que Sergio había ganado el juguete, su tío resolvió darle a él algunos jueguitos de lucha. El papá del niño no le gusto mucho, pero no impidió al hijo a que juegue. Todos los días cuando llegaba en casa, el niño corría a su habitación y se quedaba jugando. Al principio él obedeció quedándose apenas algunas horas que la mamá había determinado.
Pero, con el tiempo, él comenzó a dejar de hacer sus actividades escolares para quedarse jugando. Él no quería que nadie lo incomodase y no le gustaba que tocasen en sus juegos. Prefería estar solo jugando con sus amigos, de tal forma que actuaba de una forma muy mal educada con las personas. ¿Qué cosa fea no es cierto niños?.
Un día, la hermana de Sergio, aprovechando que él no estaba en casa, entro en su habitación y se quedó jugando. Cuando Sergio llegó, se quedó furioso, gritó mucho con su hermana y le pidió que ella nunca más le hablase. Escuchando estos gritos, la niña comenzó a llorar. El papá de los niños preguntó lo que estaba ocurriendo y ella le contó todo. Entonces él le dijo a Sergio: Hijo, tú eras tan amigo de las personas y obediente, pero ahora estas agresivo y mal educado. ¿Sabes por qué te estás comportando de esta forma?
— ¿Por qué? Preguntó Sergio.
— Porque, tu corazón está sucio con la violencia de estos jueguitos. ¿Tú sabías que Jesús enseña que las personas que tienen el corazón limpio son felices porque podrán ver a Dios bien cerquita allá en el cielo? Si tú continuas actuando de esta forma, Jesús no vendrá a vivir en tu corazón, respondió el señor Francisco.
Sergio reconoció que estaba equivocado y decidió nunca más actuar de aquella forma.
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