¿Quién de aquí se acuerda de Felipe, el niño de la historia de la semana pasada? (Espere a que ellos respondan). ¿Ustedes se acuerdan que él tenía un hermano llamado Pablo? Pues, Pablo era completamente diferente que Felipe.
¿Saben por qué? Porque no obedecía a los enseñamientos de la Palabra de Dios. Pablo vivía mintiendo cuando estaba con los amigos, y cada mentira era peor que la otra.
Pablo siempre estaba haciendo cosas que desagradaban a Dios. Pero lo peor de todo era que él desobedecía a la mamá, y no le daba oídos a lo que le enseñaba. ¿Qué niño malvado, no es cierto? Cierto día Felipe volvía de la escuela y vio a su hermano peleando en la calle. Él se puso muy triste y fue para su casa. Cuando Pablo llegó, Felipe contó a él que había visto todo y que aquella actitud no agradaba a Dios. Felipe, también le dijo al hermano que, si el continuase de aquella forma, no sería bendecido nunca, pues no estaba colocando en práctica lo que aprendía en la iglesia. Después de oír aquellas palabras, Pablo reconoció que estaba actuando igual al hombre descuidado que resolvió construir una casa sobre la arena que quedó lista bien rápido.
Pero piensen bien: ¿La arena consigue sustentar bien una casa? ¡Claro que no! Por eso, cuando vino la lluvia y los vientos fuertes sobre aquella casa… ¡Kabum! En poco tiempo la casa estaba toda destruida. ¡Qué pena!
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